jueves, 21 de febrero de 2013

Cuento para pensar.


Cuando yo era pequeño me encantaban los circos, me llamaba especialmente la atención el elefante.
Durante la función, hacía gala de un peso, un tamaño y una fuerza descomunales... Pero después de su actuación y hasta poco antes de volver al escenario, el elefante siempre permanecía atado con una cadena en una de sus patas, a una pequeña estaca clavada en el suelo.
Sin embargo, la estaca era sólo un minúsculo pedazo de madera enterrado un poco en el suelo. Y, aunque la cadena era gruesa y poderosa, un animal capaz de arrancar un árbol de cuajo con su fuerza, podría liberarse con facilidad de la estaca y huir.
¿Qué lo sujeta entonces? ¿Por qué no huye?
Cuando tenía cinco o seis años, yo todavía confiaba en la sabiduría de los mayores. Pregunté entonces por el misterio del elefante. Alguno de ellos me explicó que el elefante no se escapaba porque estaba amaestrado.
Hice entonces la pregunta: «Si está amaestrado, ¿por qué lo encadenan?».
No recuerdo haber recibido ninguna respuesta coherente. Con el tiempo, olvidé el misterio del elefante y la estaca, y sólo lo recordaba cuando me encontraba con otros que también se habían hecho esa misma pregunta.
Hace algunos años, descubrí que, alguien había sido lo suficientemente sabio como para encontrar la respuesta: el elefante del circo no escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde que era muy, muy pequeño.
Cerré los ojos e imaginé al indefenso elefante recién nacido sujeto a la estaca. Estoy seguro de que, en aquel momento, el elefantito empujó, tiró y sudó tratando de soltarse. Y, a pesar de sus esfuerzos, no lo consiguió, porque aquella estaca era demasiado dura para él. Imaginé que se dormía agotado y que al día siguiente lo volvía a intentar, y al otro día, y al otro... Hasta que, un día, un día terrible para su historia, el animal aceptó su impotencia y se resignó a su destino.

Ese elefante enorme y poderoso que vemos en el circo no escapa porque cree que no puede.
Tiene grabado el recuerdo de lo que sintió poco después de nacer. Y lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente ese recuerdo. Jamás, jamás intentó volver a poner a prueba su fuerza.
Todos somos un poco como el elefante del circo: vamos por el mundo atados a cientos de estacas que nos restan libertad. Vivimos pensando que «no podemos» hacer montones de cosas, simplemente porque una vez, hace tiempo, cuando éramos pequeños, lo intentamos y no lo conseguimos. Hicimos entonces lo mismo que el elefante, y grabamos en nuestra memoria este mensaje: No puedo, no puedo y nunca podré.

Hemos crecido llevando ese mensaje que nos impusimos a nosostros mismos y por eso nunca más volvimos a intentar liberarnos de la estaca.
Cuando, a veces, sentimos los grilletes y hacemos sonar las cadenas, miramos de reojo la estaca y pensamos: No puedo y nunca podré. 
(Jorge Bucay)

Cambiemos el mensaje por uno nuevo:

¡SI PUEDO!

SI LO INTENTAS QUIZÁ, SI NO, JAMÁS. 

5 comentarios:

  1. Mi estaca es un punto de apoyo en comportamiento.
    Quiero romperla y liberarla

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  2. yo a veces siento mi estaca. Un ejemplo mio es:cuando mis padres me dicen que pruebe la comida que nunca pruebo.

    Lucía García Díez

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  3. Yo la verdad tengo una,pero tengo miedo de contarlo.

    Gonzalo Calvo Maseda

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  4. A mí me pasa lo que Lucía de pequeña odiaba comida k ahora me encanta y creo k puede k esa comida k no prueba sea mi favorita en un futuro:P

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  5. Pues a mi me pasaba con la ropa que al principio no me gustaba y luego cuando me va quedando pequeña , me gusta.

    Elvia Petersson

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